Christian Wright

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𝑳𝒊𝒇𝒆 𝒉𝒂𝒔 𝒃𝒆𝒆𝒏 𝒚𝒐𝒖𝒓 𝒂𝒓𝒕.
𝒀𝒐𝒖 𝒉𝒂𝒗𝒆 𝒔𝒆𝒕 𝒚𝒐𝒖𝒓𝒔𝒆𝒍𝒇 𝒕𝒐 𝒎𝒖𝒔𝒊𝒄.
𝒀𝒐𝒖𝒓 𝒅𝒂𝒚𝒔 𝒂𝒓𝒆 𝒚𝒐𝒖𝒓 𝒔𝒐𝒏𝒆𝒕𝒔.
— 𝑶𝒔𝒄𝒂𝒓 𝑾𝒊𝒍𝒅𝒆.

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HISTORIA

❝ 𝑫𝒊𝒔𝒐𝒃𝒆𝒅𝒊𝒆𝒏𝒄𝒆, 𝒊𝒏 𝒕𝒉𝒆 𝒆𝒚𝒆𝒔 𝒐𝒇 𝒂𝒏𝒚 𝒐𝒏𝒆 𝒘𝒉𝒐 𝒉𝒂𝒔 𝒓𝒆𝒂𝒅 𝒉𝒊𝒔𝒕𝒐𝒓𝒚, 𝒊𝒔 𝒎𝒂𝒏'𝒔 𝒐𝒓𝒊𝒈𝒊𝒏𝒂𝒍 𝒗𝒊𝒓𝒕𝒖𝒆. 𝑰𝒕 𝒊𝒔 𝒕𝒉𝒓𝒐𝒖𝒈𝒉 𝒅𝒊𝒔𝒐𝒃𝒆𝒅𝒊𝒆𝒏𝒄𝒆 𝒕𝒉𝒂𝒕 𝒑𝒓𝒐𝒈𝒓𝒆𝒔𝒔 𝒉𝒂𝒔 𝒃𝒆𝒆𝒏 𝒎𝒂𝒅𝒆, 𝒕𝒉𝒓𝒐𝒖𝒈𝒉 𝒅𝒊𝒔𝒐𝒃𝒆𝒅𝒊𝒆𝒏𝒄𝒆 𝒂𝒏𝒅 𝒕𝒉𝒓𝒐𝒖𝒈𝒉 𝒓𝒆𝒃𝒆𝒍𝒍𝒊𝒐𝒏. ❞

Londres, 1866. El llanto del pequeño Christian rompió el silencio de la noche, como un rugido estremecedor. La joven madre lanzó un suspiro de alivio, mientras el padre contenía una suave risa fruto de la alegría. Ambos observaron con anhelo mientras su bebé pasaba de unas manos a otras.
El privilegio de cogerlo en brazos por primera vez no fue para ninguno de los progenitores, por supuesto, sino para el anciano Señor Wright, cabeza de la familia. Si aún pudiese recordarlo, el joven Christian juraría que aquella fue la primera vez que las frías garras de su abuelo se clavaron en su carne, la primera de tantas veces que sus oscuros ojos lo mirarían con una mezcla de ambición y decepción. Había nacido su heredero.

La familia Wright se había granjeado un nombre y una reputación como una de las familias más pudientes de la alta burguesía londinense. El abuelo se jactaba de haber construido un imperio prácticamente de la nada. Con esfuerzo, astucia y un par de relaciones bien conseguidas que le habían abierto muchas puertas al comercio, el hombre de negocios había puesto la mira en la industria textil y el intercambio comercial con los países del lejano oriente. Estableció una ruta comercial, creó un eje entre Corea-China-Inglaterra, y, aprovechándose de las revueltas políticas y sociales en el país coreano, se enriqueció a base de la exportación de telas y otros artículos de lujo.
Los Wright jamás habían vivido un esplendor de bonanza semejante al de aquel momento.

Los herederos del negocio y su fortuna serían los dos hijos del señor Wright. El mayor, Charles, pasaba largas temporadas en Oriente tras su matrimonio concertado con una noble coreana. Un matrimonio que el anciano nunca vio con buenos ojos, pero que consideró un mal necesario. Su segundo hijo, Andrew, era más cercano al patriarca y se encargó de dirigir una parte del negocio. El señor Wright decidió entonces retirarse y dedicarse a administrar sus múltiples propiedades, dejando su imperio en las buenas manos de sus dos hijos, a los que había criado para continuar su legado.

Los viajes de negocios eran frecuentes para Andrew y su esposa, lady Eleanor. Es por esto que, tras su nacimiento, el pequeño Christian acostumbraba a pasar largas temporadas al cuidado de su abuelo. Él se encargó de guiar tanto su educación como sus primeros pasos en sociedad, y aunque Christian creció como un muchacho amable y compresivo, siempre echó de menos a sus padres.

A medida que crecía, también lo hacían las diferencias con su abuelo. Christian no compartía la visión del mundo del anciano señor Wright, tan frío y calculador, y desde muy pequeño tuvo claro que la vida debía ser algo más que los negocios. Parecía que todos los esfuerzos del señor Wright por hacer de él un heredero digno, tal como eran sus hijos, iban cada vez más encaminados a fracasar. Y su relación no hizo más que empeorar tras la noticia de la muerte de sus padres.

Una lluviosa noche de 1882, un mensajero llamó con insistencia a la puerta principal de la mansión. Aquella noche, sus vecinos, los Dawson, habían sido invitados a disfrutar de una generosa cena que habían terminado hacía poco tiempo. Se retiraban al salón, para charlar y disfrutar de un poco de música, cuando el mayordomo interrumpió, informando al señor de la casa de que había recibido un mensaje urgente. El señor Wright, con su gesto pétreo e impasible habitual, se retiró a leer la misiva, mientras el joven Christian hacía gala de sus buenos modales para mantener entretenidos a sus invitados. Pero, a medida que pasaban los minutos y su abuelo no regresaba, el muchacho comenzó a preocuparse.

Pasado un rato, el señor Wright regresó y continuaron la velada. El anciano parecía más callado de lo habitual y esquivaba las miradas interrogantes de su nieto con precisión, pero no fue hasta que sus invitados se marcharon, cuando Christian recibió la noticia.

No recordaba haber sentido jamás un dolor tan profundo.

No volvería a ver el dulce rostro de su madre, ni a sentir el apretón de la mano de su padre en su hombro. Ambos se habían hundido en el fondo del océano, en un barco, junto a unos tíos a los que apenas conocía.

Y su abuelo no se lo había comunicado inmediatamente.

Consideró el gesto del anciano, que aún habiendo perdido a sus dos hijos se mostraba impertérrito, como una traición. El dolor y la ira se mezclaron en su interior.

Desde aquel día, Christian sufrió una profunda transformación. Si antes solo cumplía con sus obligaciones para contentar a su abuelo, ahora no tenía ninguna intención de obedecerle. Aunque siempre educado y correcto en sociedad, el joven comenzó a frecuentar lugares en los que darse a la bebida y el placer, y a mezclarse con unas amistades que nada gustaban a su abuelo. A él no podía importarle menos. No tenía ninguna intención de cumplir con los deseos del anciano, no se interesaba por el negocio familiar ni por las propiedades de la familia, y el señor Wright se vio obligado a volver a tomar las riendas de su imperio. Christian creía que ese imperio le había costado la vida de sus padres y aquel hombre obstinado y orgulloso solo vivía por y para el dinero. Jamás sería el perfecto heredero que él le exigía que fuese.

Durante seis meses, se dedicó a viajar por Europa. Necesitaba sentirse libre, escapar de la vida en la mansión de su abuelo y enriquecerse de todo lo que París, Roma o Viena podían ofrecerle. El dinero le abría todas las puertas… Hasta que el abuelo le cerró el grifo. Aunque intercambiaba cartas con él con cierta frecuencia —cartas en las que el anciano se limitaba a recriminarle su ocioso estilo de vida— no se esperó que llegase a darle un ultimátum. Su última carta no lo dejaba demasiado claro, pero parecía que el señor Wright había tomado una decisión y le pedía a Christian que regresase a Londres inmediatamente.

Unos días más tarde, descubrió el motivo. El señor Wright había decidido reconocer a su prima, la hija de Charles, e invitarla a vivir en la mansión con ambos. Christian no supo cómo reaccionar al hecho de que a partir de ese momento viviría con una completa desconocida, pero volver a marcharse no era una opción, y en ningún caso dejaría que su prima corriese la misma suerte que él y viviese sola con el abuelo.

El día de su llegada, Christian acudió a la estación con antelación para esperar a la joven asiática que bajaría del tren el 13 de marzo de 1883. En cuanto divisó su largo cabello negro, le hizo un gesto al criado para que recogiese las pertenencias de la joven y con su amable sonrisa la guió hacia su nueva vida.

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FAMILIA

𝙃𝙚𝙧𝙢𝙖𝙣𝙖 𝙖𝙙𝙤𝙥𝙩𝙞𝙫𝙖 (𝙥𝙧𝙞𝙢𝙖) : 𝘑𝘪𝘯 𝘈𝘦 𝘞𝘳𝘪𝘨𝘩𝘵

𝘼𝙗𝙪𝙚𝙡𝙤 : 𝘔𝘳. 𝘞𝘳𝘪𝘨𝘩𝘵

𝙋𝙖𝙙𝙧𝙚 (𝙛𝙖𝙡𝙡𝙚𝙘𝙞𝙙𝙤): 𝐴𝑛𝑑𝑟𝑒𝑤 𝑊𝑟𝑖𝑔𝘩𝑡

𝙈𝙖𝙙𝙧𝙚 (𝙛𝙖𝙡𝙡𝙚𝙘𝙞𝙙𝙖): 𝐸𝑙𝑒𝑎𝑛𝑜𝑟 𝑊𝑟𝑖𝑔𝘩𝑡

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